Reencuentros
Me ha pasado varias veces.
Yo he sido una mujer de procesos emocionales lentos. Me tomé unos 10 años en superar del todo mi primera traga. Creo que soy rencorosa. O como decía en otra época, rencorativa: rencorosa y ahorrativa, ahorro rencor.
Entonces, después de alguna disputa infantil, alguna afrenta real o imaginaria o algún daño que me hayan hecho a mí o a alguien a quien quiero, me tomo mi tiempo para intentar soltar la tensión que me genera la persona con la que me he enojado. Lucho mucho en mi interior y creo que he superado la ira o la rabia o el rencor con esa persona en específico.
Pasan los años, hay tierra de por medio, no veo a la persona por largo tiempo. Le echo tierra al asunto y se vuelve una anécdota más, algo que no siento que me lastime ni me importe.
Y entonces, ¡SUÁCATELE!: me encuentro de frente con la persona... y para mi pesar descubro que no hay tal, que la ira o la rabia o el rencor siguen ahí.
La primera vez que me pasó fue muy duro. Sucedió con un muchacho del que me enamoré sin ninguna esperanza... fue una ilusión adolescente, pero tuvimos un mal fin. No lo vi durante varios años. Cuando volví a verlo, traté de negarlo, pero una parte de mí seguía obsesionada con él. Hubo necesidad de varios golpes con la realidad para darme cuenta de que: 1. Él no era quien yo pensaba, 2. Todo era un enamoramiento mental, 3. Teníamos responsabilidades compartidas en todo lo que sucedió, y finalmente 4. Lo más sensato era perdonarlo y perdonarme y aceptar que hace parte de mi historia de vida. Para esta última parte tuve ayuda casi que del más allá.
La segunda vez fue inesperada. Yo había sentido que esta persona le había hecho daño a alguien a quien amo con todo mi corazón. Hacía años que vivía fuera del país. Alguna vez entramos en contacto por una red social y yo me sentía tranquila, hasta feliz por saber de su vida, y no era consciente de tener ira alguna en su contra.
Sin embargo, cuando visitó mi ciudad y nos encontramos, tuve una reacción exagerada, una ira tan grande que me fue completamente imposible saludarlo bien. La verdad, cuando lo vi frente a mí, la primera sensación que llegó a mí fue la misma que tuve la última vez que estuve físicamente con él, y fue cuando yo descubrí lo que me hizo creer que le hacía daño a esta persona que amo. No fue algo consciente ni premeditado, simplemente mi emoción saltó hacia atrás y me sentí con esa misma rabia y desprecio por esta persona. Afortunadamente, esta vez el proceso fue más rápido y, también con un poco de ayuda, fue fácil seguir la reflexión anterior: lo que sucedió entre esta persona y aquella a quien amo fue una cuestión de irresponsabilidad compartida. Y es una buena persona, a pesar de todo.
La tercera vez me tomó totalmente por sorpresa. Visitaba la casa de unos amigos, que ellos compartían con varias personas. Y de repente me di cuenta de que me había confundido, y a pesar de que me lo habían dicho, yo no había caído en cuenta de que esta casa era también la de una mujer con la que viví una historia muy extraña hace unos años. Para decirlo de forma sencilla, primero el que era mi novio me engañó con ella, luego terminamos y él la engañó a ella conmigo. Éramos una partida de inmaduros. Un cuadro muy conocido.
Me sentí incomodísima, nerviosísima, alterada. Era más extraño que las anteriores porque aquí era clarísimo que no había sido yo la "víctima inocente", sino que también había contribuido conscientemente a todo lo que sucedió. Me sentí invadiendo su espacio, y, al mismo tiempo, con ganas de exigir una explicación y una disculpa. Finalmente, no sé cómo, logré calmarme lo suficiente como para terminar la velada. Creo que le debo a ella una disculpa. Sobre todo por mi comportamiento extraño, pues realmente ya no hay rencor ni motivo alguno para que lo haya, ella también terminó con el hombre en cuestión hace muchísimos años y la situación ya no es relevante.
Después de recordar estas situaciones, me doy cuenta que después de estos intensos encuentros la cuestión se resolvió mejor. Parece que los ancianos sabios tenían razón cuando decían que era mejor hablar las cosas de frente con la persona implicada. Pero también me doy cuenta de que no es antes ni después del tiempo que corresponde: los encuentros han sucedido justo en el momento en que yo podía aceptar estos aprendizajes.
Y realmente no es que las cosas cambien, pues la mayor parte del proceso se había realizado antes de encontrarme cara a cara con estas personas. Es más bien que es un paso necesario para cerrar una etapa, concluir y, ahí sí como dice la canción: "si una vez sin querer tropezamos, no me mires ni me hables de frente, simplemente la mano nos damos y después que murmure la gente...".
Apenas estoy comprendiendo que acumular rencor es tonto y sólo me hace daño a mí. Una persona muy sabia recomienda perdonar sin mirar atrás, soltando las reivindicaciones y las necesidades de reparación. Pero el proceso es particular para cada quién y a veces será necesario esta confrontación, este careo para sentir la propia fuerza y soltar los lazos que nos ataban al pasado. Aunque no necesariamente es tan traumático ni es necesario entablar una conversación con la otra persona.
La última vez que me sucedió, por ejemplo, fue una cosa de medio minuto. Caminaba por la calle y me encontré de frente con un antiguo amante. Iba a saludarlo efusivamente, pues me alegraba verlo. Pero el hombre me miró de frente y fingió no verme, siguió hablando por su teléfono móvil. Al comienzo me indigné. ¿Qué había hecho yo para no merecer un saludo? Luego, atando cabos, me di cuenta de que ya no hago parte de su vida. Y realmente, él nunca hizo parte de la mía. Entonces, ¿para qué indignarme? Esa era toda la despedida que yo necesitaba para darme cuenta de eso.
Yo he sido una mujer de procesos emocionales lentos. Me tomé unos 10 años en superar del todo mi primera traga. Creo que soy rencorosa. O como decía en otra época, rencorativa: rencorosa y ahorrativa, ahorro rencor.
Entonces, después de alguna disputa infantil, alguna afrenta real o imaginaria o algún daño que me hayan hecho a mí o a alguien a quien quiero, me tomo mi tiempo para intentar soltar la tensión que me genera la persona con la que me he enojado. Lucho mucho en mi interior y creo que he superado la ira o la rabia o el rencor con esa persona en específico.
Pasan los años, hay tierra de por medio, no veo a la persona por largo tiempo. Le echo tierra al asunto y se vuelve una anécdota más, algo que no siento que me lastime ni me importe.
Y entonces, ¡SUÁCATELE!: me encuentro de frente con la persona... y para mi pesar descubro que no hay tal, que la ira o la rabia o el rencor siguen ahí.
La primera vez que me pasó fue muy duro. Sucedió con un muchacho del que me enamoré sin ninguna esperanza... fue una ilusión adolescente, pero tuvimos un mal fin. No lo vi durante varios años. Cuando volví a verlo, traté de negarlo, pero una parte de mí seguía obsesionada con él. Hubo necesidad de varios golpes con la realidad para darme cuenta de que: 1. Él no era quien yo pensaba, 2. Todo era un enamoramiento mental, 3. Teníamos responsabilidades compartidas en todo lo que sucedió, y finalmente 4. Lo más sensato era perdonarlo y perdonarme y aceptar que hace parte de mi historia de vida. Para esta última parte tuve ayuda casi que del más allá.
La segunda vez fue inesperada. Yo había sentido que esta persona le había hecho daño a alguien a quien amo con todo mi corazón. Hacía años que vivía fuera del país. Alguna vez entramos en contacto por una red social y yo me sentía tranquila, hasta feliz por saber de su vida, y no era consciente de tener ira alguna en su contra.
Sin embargo, cuando visitó mi ciudad y nos encontramos, tuve una reacción exagerada, una ira tan grande que me fue completamente imposible saludarlo bien. La verdad, cuando lo vi frente a mí, la primera sensación que llegó a mí fue la misma que tuve la última vez que estuve físicamente con él, y fue cuando yo descubrí lo que me hizo creer que le hacía daño a esta persona que amo. No fue algo consciente ni premeditado, simplemente mi emoción saltó hacia atrás y me sentí con esa misma rabia y desprecio por esta persona. Afortunadamente, esta vez el proceso fue más rápido y, también con un poco de ayuda, fue fácil seguir la reflexión anterior: lo que sucedió entre esta persona y aquella a quien amo fue una cuestión de irresponsabilidad compartida. Y es una buena persona, a pesar de todo.
La tercera vez me tomó totalmente por sorpresa. Visitaba la casa de unos amigos, que ellos compartían con varias personas. Y de repente me di cuenta de que me había confundido, y a pesar de que me lo habían dicho, yo no había caído en cuenta de que esta casa era también la de una mujer con la que viví una historia muy extraña hace unos años. Para decirlo de forma sencilla, primero el que era mi novio me engañó con ella, luego terminamos y él la engañó a ella conmigo. Éramos una partida de inmaduros. Un cuadro muy conocido.
Me sentí incomodísima, nerviosísima, alterada. Era más extraño que las anteriores porque aquí era clarísimo que no había sido yo la "víctima inocente", sino que también había contribuido conscientemente a todo lo que sucedió. Me sentí invadiendo su espacio, y, al mismo tiempo, con ganas de exigir una explicación y una disculpa. Finalmente, no sé cómo, logré calmarme lo suficiente como para terminar la velada. Creo que le debo a ella una disculpa. Sobre todo por mi comportamiento extraño, pues realmente ya no hay rencor ni motivo alguno para que lo haya, ella también terminó con el hombre en cuestión hace muchísimos años y la situación ya no es relevante.
Después de recordar estas situaciones, me doy cuenta que después de estos intensos encuentros la cuestión se resolvió mejor. Parece que los ancianos sabios tenían razón cuando decían que era mejor hablar las cosas de frente con la persona implicada. Pero también me doy cuenta de que no es antes ni después del tiempo que corresponde: los encuentros han sucedido justo en el momento en que yo podía aceptar estos aprendizajes.
Y realmente no es que las cosas cambien, pues la mayor parte del proceso se había realizado antes de encontrarme cara a cara con estas personas. Es más bien que es un paso necesario para cerrar una etapa, concluir y, ahí sí como dice la canción: "si una vez sin querer tropezamos, no me mires ni me hables de frente, simplemente la mano nos damos y después que murmure la gente...".
Apenas estoy comprendiendo que acumular rencor es tonto y sólo me hace daño a mí. Una persona muy sabia recomienda perdonar sin mirar atrás, soltando las reivindicaciones y las necesidades de reparación. Pero el proceso es particular para cada quién y a veces será necesario esta confrontación, este careo para sentir la propia fuerza y soltar los lazos que nos ataban al pasado. Aunque no necesariamente es tan traumático ni es necesario entablar una conversación con la otra persona.
La última vez que me sucedió, por ejemplo, fue una cosa de medio minuto. Caminaba por la calle y me encontré de frente con un antiguo amante. Iba a saludarlo efusivamente, pues me alegraba verlo. Pero el hombre me miró de frente y fingió no verme, siguió hablando por su teléfono móvil. Al comienzo me indigné. ¿Qué había hecho yo para no merecer un saludo? Luego, atando cabos, me di cuenta de que ya no hago parte de su vida. Y realmente, él nunca hizo parte de la mía. Entonces, ¿para qué indignarme? Esa era toda la despedida que yo necesitaba para darme cuenta de eso.
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