Tus Estudiantes no son TUS Estudiantes

"Tus hijos no son tus hijos
son los hijos e hijas de la vida deseosa de sí misma.
No vienen de ti, sino a través de ti,
y aunque estén contigo, no te pertenecen."
Khalil Gibrán, El Profeta.

Hace unos días, una amiga me contaba sobre sus experiencias con su profesora de danza y me contaba que siente que maestra en este momento de alguna manera la está "castigando" con una actitud distante, indiferente y hasta agresiva. Mi amiga no sabe realmente la razón, pero teme que sea porque ha tomado talleres con otras personas, porque ha publicado vídeos de otras maestras que pertenecen a un grupo de danza diferente y porque ha estado en contacto con gente de otras escuelas.

Escucharla me hizo reflexionar sobre lo posesivos que los profesores podemos llegar a ser con nuestros estudiantes. Como profesores, deseamos que nuestros estudiantes lleven a cabo un buen proceso, que crezcan y que se desarrollen, y a veces en este deseo también corremos el riesgo de veladamente tratar de controlar las decisiones que toman, los talleres a los que asisten, el estilo con el que se sienten más identificados, la estética que adoptan. 

Llevo muchos años siendo docente. Por mis clases han pasado cientos de personas. Algunas se sienten muy identificadas con mi filosofía y mi postura frente a la danza y al proceso formativo, otras no. Con muchas me he sentido muy conectada emocionalmente, con otras no tanto. He visto cómo vienen y van, cómo buscan, cómo exploran. Algunas permanecen, algunas se van y algunas regresan, algunas no vuelven, algunas se mantienen en contacto desde la distancia.

Yo puedo tener el deseo y la intención de influir en la vida de mis estudiantes. Con algunas es posible hacerlo, con algunas otras no. 

Yo puedo hacer todo lo que está a mi alcance para que ese deseo se cumpla, pero el resultado no depende únicamente de lo que yo hago.
Dibujo: Christian Pilastre.
Coloreado por Johanna Paola Vargas.
Cuando se van de mi lado, me pregunto si les he dado todo lo que podía y me correspondía, si realmente fui una guía, si dí la información correcta y necesaria en el momento preciso, si logré que avanzaran en su proceso. A veces, veo lo que están haciendo y me cuestiona si debí haber sido más estricta o si hubo cosas que no dije a tiempo. Y a veces también he tenido la tentación de opinar sobre lo que hacen o dejan de hacer en la danza.

Puedo ver que hacen o prueban estilos y técnicas distintas y con las que puedo no estar de acuerdo. Y puedo sentirme celosa, pero eso es terriblemente mezquino. Yo estoy eligiendo la "alegría empática", sentirme feliz porque están encontrando lo que buscaban, o por lo menos siguen en la búsqueda. Si hacen cosas que yo no haría y las hacen lejos de mí es porque probablemente yo no nutría su necesidad porque no tenía como hacerlo, porque no tenemos los mismos intereses. Ellas tienen otros intereses, otras inquietudes, otras estéticas, otras necesidades frente a la danza y la vida. Y finalmente todo eso enriquece la danza. Y eso es bello, es necesario e importante. Es el camino de la vida que cambia, se transmuta, evoluciona. Genera posibilidades de discutir, reflexionar, ampliar el quehacer. Crea nuevos rumbos.

Si veo que las personas que han pasado por mis clases siguen bailando, tiendo a creer que alguna cosa hice bien, y que la llama del amor por la danza fue sembrada en ellas y que lo que yo pude darles alimentó esa llama. 

Por eso siento que la vida me dice, parafraseando a Khalil Gibrán:

"Tus estudiantes no son TUS estudiantes,
son estudiantes de La Vida deseosa de conocerse a sí misma"

Y como la canción de Adela Gleijer y Diana Raches: 

"Como un pájaro libre, de libre vuelo,
como un pájaro libre así te quiero"

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